Los buenos lectores establecen vínculos muy cercanos, y permanentes, con sus libros; no solamente los leen sino que conversan con ellos, escriben sobre sus márgenes o subrayan las líneas que resultan de su particular interés; los que no acostumbran esto -para no contaminar una segunda lectura con lo que se entendió en la primera-, plasman sus respectivas reflexiones en libretas que atesoran con celo.
Un
buen lector hace referencia a sus libros con orgullo, como cuando un padre exalta
las virtudes de los hijos propios. También suelen buscar al autor, asisten a sus
presentaciones personales y si no establecen amistad con él, se conforman con
obtener una firma y una dedicatoria, lo cual incrementa el valor sentimental de
cualquier ejemplar.
Los
buenos escritores son aún mejores lectores, citemos como ejemplo a Augusto
Monterroso. La investigadora An Van Hecke, conocedora profunda de la obra de nuestro
escritor guatemalteco, tuvo la oportunidad de revisar la que fue su biblioteca,
hoy parte del acervo de la Universidad de Oviedo. Gracias a Van Hecke, los que
nunca estuvimos en la biblioteca de Monterroso podemos saber la manera en que
él establecía su relación con la literatura.
En los
libros, el maestro escribía notas al margen y subrayaba líneas, también tenía
la costumbre de señalar los errores tipográficos. Le gustaba cambiar el orden
en los índices, como si su lectura no fuera de acuerdo a lo predispuesto por el
autor. Una cosa más: disfrutaba al encontrar referencias intertextuales entre
un autor y otro, mismas que anotaba con exactitud.
La
investigadora también encontró una dedicatoria, por demás inusual, en un
ejemplar de Don Quijote de la Mancha, ésta dice así:
“Para
Augusto con un abrazo de Miguel”
Y
debajo viene la rúbrica, que la investigadora identifica con la que Cervantes
acostumbraba firmar sus documentos.
De
entrada, deberíamos descartar que Augusto Monterroso hubiera viajado al pasado
portando un ejemplar de Don Quijote impreso en el siglo XX, o que Cervantes se
haya hecho de cuerpo presente en la residencia del primero. Lo más probable es
que Monterroso no haya tenido empacho en firmar a nombre de Cervantes. Un hecho
curioso, que no se le recrimina, pues sostenía un contacto frecuente con el ingenioso
hidalgo y con el sabio, aunque ingenuo, señor Panza.
Ha de
asumirse que Monterroso, con la confianza de todo buen lector, dio por descontado
el consentimiento de su admirado colega del siglo XVI.
Un buen lector. Abrazos y mi admiración para usted, maestro.
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