Vosotras, las
familiares…
Debo confesar que no acostumbro pensar en las moscas, estoy
tan habituado a ellas como lo estoy de mi nariz, de la que tampoco suelo preocuparme.
Cierto, hay ocasiones en que alguna de las primeras ronda a la segunda y es
cuando me ocupo de ambas aunque sea por un instante.
Al no tener en mis pensamientos a estos insignificantes y
molestos insectos, nada puedo decir sobre ellos. Y si acaso lo hiciera ninguna
novedad aportaría, acabo de descubrir que muchos escritores –tantos que no
tiene sentido contarlos- les han dedicado desde un verso hasta un libro
completo.
La huella de la mosca se encuentra en textos de cualquier época;
Homero resalta dos de sus características: su volátil audacia y su obstinación
en molestar al hombre; detrás de Luciano de Samósata, que en los inicios del
cristianismo escribió un encomio a la mosca –inevitablemente humorístico-,
viene una larga secuela de textos alusivos; resulta significativo que, en Les mouches, obra teatral, Jean Paul
Sartre represente el remordimiento humano mediante estos insectos, un buen
recurso para explicar su proliferación.
Con excepción de los estudiosos de la materia, nunca he
sabido de lectores que manifiesten cierta predilección por los dípteros, como
dirían los entendidos, por lo que eliminaremos la posibilidad de que los
escritos sobre la mosca obedezcan a una gentil condescendencia hacia los
lectores.
De alguna manera, el horrísono tema mosquil tiene un atractivo
especial para el escritor, hasta es factible que sea inherente a él y en esto
se equipare al amor, pero quizá estemos resolviendo de manera simplista un complicado
problema, por lo que sería conveniente buscar alternativas.
Intentemos otro tipo de análisis, partamos de esta premisa: la
psique del escritor está totalmente libre
de moscas. Por lo tanto, y aquí vienen las hipótesis, la frecuente aparición de
este insecto en los textos literarios puede deberse a una u otra de las
siguientes causas.
Fuga de ideas ¿Qué idea permanece incólume al escuchar el
pertinaz zumbido de una mosca en vuelo? Ninguna, o se desmoronan o huyen
irritadas, son hipersensibles a una frecuencia que puede superar los
trescientos cincuenta aleteos por segundo. Sin importar lo que haga el
escritor, la mosca siempre estará junto a él. El zumbido lo dejará sin ideas y
terminará por pensar en la mosca, la molesta insolencia del insecto se ha
impuesto.
Fuente de inspiración. El díptero aparece cuando el escritor
se encuentra en un hoyo negro que le impide la germinación de cualquier semilla
de creatividad. De repente, se escucha el zumbido, no es necesario ubicar de
dónde proviene, la inspiración está volando en los alrededores; es decir, las ideas
se agarran al vuelo. No es necesario decirlo: se escribirá sobre la mosca. Véase
aquí la grandísima ventaja que tiene este diminuto insecto, otros seres de
mayor envergadura –un abejorro, una gallina ponedora, una vaca lechera- no tienen la virtud de incitar a la escritura.
Sin importar la causa –no se debe descartar la existencia de
algún elemento hipnótico en el aleteo-, la pleitesía a la mosca es evidente, se
refleja en las construcciones poéticas o en esos textos salpicados de ingeniosas
alusiones mosquiles.
Un reconocido autor, Augusto Monterroso, tuvo la intención de
hacer un compendio sobre todo lo que se ha escrito sobre las moscas, desistió de
su objetivo por lo abrumador de la tarea; él mismo sentencia que cada escritor está
obligado a escribir sobre ellas.
Para no quedar fuera de algún futuro compendio, seguiré el
consejo de Monterroso, me daré a la tarea de plasmar estos pensamientos por
escrito; ya tengo el epígrafe, será una línea de Antonio Machado.
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