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Lo maravilloso, el mundo inevitable


A diferencia de las demás serpientes, el basilisco se abalanza sobre sus víctimas con el cuerpo erguido. Es tan temible que si un caballero pinchara a uno de ellos con su lanza el veneno ascendería por el arma acabando con jinete y montura. Por el contrario, el hipogrifo, con cuerpo de caballo, alas y cabeza de águila, es una bestia que, domesticada, se convierte en un leal compañero del hombre.

Hubo un tiempo en que la vida humana discurría entre las dimensiones del mundo real y del mundo fantástico. En éste último se encontraba lo maravilloso; es decir, todo aquello cuya existencia no es posible explicar. Esa dimensión, con espacio y tiempo propios, era accesible para algunos elegidos o para quienes, por accidente, encontraban el medio de entrar a ella. Cuando en el mundo objetivo se dejaban ver los seres de ese mundo paralelo ocurrían cosas increíbles, tales como los encantamientos o los vuelos, en escobas, de mujeres espeluznantes.

El comercio, la búsqueda de materias primas y de nuevos mercados propició la expansión del mundo racional por todos los confines del globo terráqueo. Aunque la exploración geográfica desnudó la tierra, ésta jamás dejó ver los desiertos en que viven los basiliscos ni los bosques donde habitan los hipogrifos. Luego, los adelantos científicos comenzaron a interesar al hombre en otro sentido. Se descubrió que en el mundo de lo objetivo también podían ocurrir maravillas que incidirían directamente en nuestras vidas.

La ciencia, al encontrar la razón de los fenómenos de la naturaleza, fue transformando el mundo en un todo racional. Se piensa, luego, se existe. Surgieron los grandes edificios, los aeropuertos sobre el mar, la exploración espacial y el conocimiento del microcosmos. De esta manera el mundo de lo inexplicable se fue reduciendo casi a la nada, lo sobrenatural cedió su lugar ante lo portentoso de las creaciones humanas.

La tendencia a lo maravilloso es una herencia que la era contemporánea rechazó de nuestros ancestros. En un periodo relativamente corto el hombre se encontró sin capacidad para el asombro. Son tantos los adelantos de la ciencia y la tecnología que el hombre se ha acostumbrado a sus nuevas creaciones y descubrimientos. Las maravillas racionales pronto dejan de sorprender, cosa por demás lógica. Hoy día nadie pone cara de pasmo ante un nuevo invento, la prodigiosidad humana se ha vuelto parte de nuestra cotidianeidad.  

Luego viene lo inevitable, cada determinado tiempo, nuestra mente, ávida de sucesos inexplicables, vuelve sobre sus pasos y retoma los relatos del pasado. El basilisco, el hipogrifo y el resto de las criaturas maravillosas vuelven a rondar nuestro mundo.

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